Sólo un maestro
me enseñó a bailar con el
corazón.
Fue más allá de
la correcta posición de
los brazos,
de pasos que además de
estar en francés
parecían no decirme nada.
Tal vez él lo dijo sin
decirlo
pero yo pude escuchar
y ese día cambiaron
muchas cosas.
Después me dediqué a
andar por la vida
girando, avanzando o
retrocediendo
mirando también la danza
de los árboles
la danza del fuego
la de las personas que
pasan, se detienen o se van.
Miré muchas veces un
movimiento que contenía a otro
y éste a otro y así
infinitamente.
Y pensé en un gran
universo
hecho de movimientos y
reposos.
Aprendí a ver la danza
escondida
en lo mínimo, en lo
sutil,
pero también en lo
grande.
Después pude saltar o
volar
cada vez que fue
necesario.
Despegar del piso para ir
hasta el más allá.
O quedarme cerca de la
tierra
juntar el impulso
necesario
bailar dentro de la
respiración
y seguir.
(a Ricardo Alfonso)
Foto y poesía: Candelaria Rivero
Foto y poesía: Candelaria Rivero
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