Me preguntás
por qué dejo la
ciudad.
Yo abro un paraguas
y la tormenta se
interrumpe
y las personas
cuelgan en su
traje de piel
y por momentos
hay tanto silencio
que todo se parece
al final de un
camino
y por momentos
hay tanto silencio
pero nadie escucha.
Y vos sabés que
siempre anduve a
contramano
alimentando pájaros
que sólo existían
para mí.
Y vos sabés que acá
pocos escuchan
el latido de los
pájaros
el latido de los
otros corazones.
Me preguntás mucho
y yo ya no sé que
responder.
Atravieso la ciudad
como si las mentiras
fuesen la niebla
como si el ruido
tapara
cosas que nadie se
anima a ver,
pozos de realidad
baldíos cerrados
con cortinas viejas
donde respiran los
semimuertos
donde el que resiste
será el que
sobreviva,
donde los locos
quedan tirados en la calle
los niños quedan
tirados en la calle
y el que no es parte
de la niebla
queda excluído
tarde o temprano.
Me hablás de ser
fuerte
pero creo que ya fui
lo suficientemente
fuerte durante años
y me permití desoir
el corazón de un
pájaro
las palabras de un
loco
el hambre de un
niño.
Y no culpo a la
ciudad
ni a sus hombres
ni a sus ratas
ni a su mugre
que come de a poco la
carne
de los que quedan
y tampoco me culpo a
mí
por no haber
despertado antes.
Sólo te cuento que
me voy
y esto es sólo
un corazón que
escribe
una loca que sueña
una niña llena de
hambre
sentada en el
abismo.
Foto / Poesía por Cande Rivero
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